Retiro “Online” Semana 29 Guía Esta semana hacemos una pausa para estar con Jesús en la muerte. Existen pocos momentos de intimidad mayores que el privilegio de estar junto a un ser amado en sus últimas horas de vida. Queremos formar parte integral de la escena que rodea Su muerte y las preciosas memorias de las primeras comunidades cristianas. También queremos conectar el significado que tiene para nosotros la muerte de Jesús, con las realidades de nuestras vidas cotidianas. Queremos pasar estos días en un estado de conciencia más elevado sobre cómo Su muerte nos da esperanza en la fidelidad, en medio de nuestras luchas diarias. Comenzaremos leyendo en oración las narraciones de la escena del Calvario, en Lucas y Juan. Entraremos en estas escenas con nuestra imaginación – pensemos en dónde colocarnos, hacia dónde mirar, lo que dicen los demás, lo que sentimos. Es muy importante imaginarnos la escena del descendimiento de la cruz, quizás ayudando a lavar Su cuerpo, y llevándolo entre sollozos a Su tumba. La realidad de la muerte es completa. Podríamos dejar que estas imágenes llenaran el telón de fondo de cada día. Desde nuestros primeros pensamientos lúcidos de la mañana, hasta los pensamientos del final del día, queremos que la muerte de Jesús por nosotros nos conmueva. Estaremos especialmente conscientes de cuatro áreas primordiales, a las cuales Jesús trae vida y libertad:
Utiliza los recursos de la derecha para ayudarte en esta maravillosa semana de estar con Jesús en Su muerte por nosotros. Utiliza el Via Crucis para hacer esta experiencia más personal. Demos gracias cada noche
por Aquél que nos enseña el significado más
profundo de la Buena Nueva – que estamos libres del poder del
pecado y la muerte. Al entrar por completo en nuestra vida y
nuestra muerte, Jesús cayó en las manos de un
Dios de amor, Quien Lo resucitó de entre los muertos
para darnos la vida, redimiéndonos del pecado y la muerte
para siempre. Pasar una semana con Jesús en el Calvario realmente no es muy difícil. Es un asunto de concentración. Se hace más fácil si nos hemos enamorado de Jesús durante los cuatro meses recién pasados. Sabemos que somos pecadores-amados. Hemos experimentado Su llamado para acompañarle en Su misión. Hemos orado con el creciente deseo de entender Su vida, y hemos sentido el poder de la revelación de Su identidad, con lujo de detalles. Ahora vamos a experimentar la plenitud de Su humanidad. Queremos ser conmovidos
por el significado de Su muerte por nosotros. Ésta no
es una semana de reflexión teológica. Es una etapa
para enfocar la realidad de la muerte. Nuestra cultura raramente
enfrenta la realidad de la muerte. Nos distanciamos de esa experiencia.
Con toda la muerte y la violencia que nos rodean, somos pocos
los que hemos presenciado la muerte de alguien o hemos tocado
un cuerpo sin vida para sentir la frialdad y el vacío
de la muerte. Hoy día pocos mueren en su casa y las “funerarias”se
llevan el cadáver del ser amado lo más pronto
posible para embalsamarlo, para maquillarle rostro y manos,
vestirlo, y disponerlo en el ataúd, de tal manera que
parezca que la persona está dormida. Al concentrarnos en cada parte de nuestras vidas que ha sido tocada por la muerte de Jesús, según expone la Guía, podremos poner punto final a cada día con algunas palabras de gratitud. Quizás quiera expresar mis sentimientos en voz alta, o por escrito. Cada noche crecerá la expresión de gratitud e intimidad. Quizás tenga una cruz en casa, o mejor aún, en mi habitación, y puedo hacer el propósito de mirarla o tocarla con reverencia. Podría animarme a empezar y terminar cada día trazando una cruz en mi frente y mi corazón al levantarme y al acostarme. Esto puede ayudarnos conscientemente a concentrarnos al inicio y al final de cada día. Con ese punto de enfoque cada mañana y cada noche de esta semana, llevando el día con un sentido más elevado del poder de la muerte de Jesús para mi fe, esperanza y amor, nunca más podré volver a observar una cruz, sin evocar el poderoso recuerdo del amor que ese signo encierra para mí. Utiliza los otros recursos ofrecidos esta semana, especialmente El Via Crucis. Que Para el Viaje y En estas Palabras o Palabras Similares te sirvan de ayuda, así como las Oraciones te sirvan para profundizar la experiencia. El Dios que nos ha traído
hasta aquí nos acompañará más de
lo que podamos pedir o imaginar. Para el Viaje Te adoramos, Oh Cristo, y Te bendecimos, porque nos has abrazado al abrazar la cruz. Cuando el dolor nos agobie, ahí está Jesús junto a nosotros, consolándonos con Sus amables palabras y gestos. Podemos observarle y escuchar las palabras que dice desde el trono de la Cruz. “Perdónalos…”. Por medio de nuestra imaginación tendremos el privilegio de ser testigos de cuando Jesús nos dice finalmente quiénes somos. Hemos observado la violencia de los azotes, de la corona de espinas, de cómo Se tambalea bajo el peso de la cruz y las burlas de Sus torturadores. Ahora nos colocamos junto a María, donde no hay violencia, sino seguridad. Al pie de la cruz podemos decir lo que queramos, nuestros sentimientos, pero esas palabras e imágenes palidecen en significado e importancia cuando estamos a Sus pies y recibimos lo que nos dice desde lo alto de la cruz. Aquí estamos seguros; estamos a la sombra de la cruz. Esta sombra disipa nuestras sombras personales, nuestras culpas y nuestra vergüenza. Puede haber algo de vergüenza en nuestros espíritus, una vergüenza que fluye al comprender que ha tenido que ocurrir todo esto para inculcarnos cuánto hemos sido amados durante nuestras andanzas y extravíos. Mientras Jesús está muriendo, la multitud deja de burlarse y se retira para continuar su celebración de la Pascua en la Ciudad de Jerusalén. Nosotros permaneceremos en la tranquila celebración de la “Alianza Nueva y Eterna”. Las dudas y los temores han alejado a casi todos Sus amigos, pero Jesús se ha mantenido fiel mientras nosotros oramos por recibir el aliento de la fidelidad a Él. Lejos de la sombra de la cruz, nuestras sombras se alargan y nuestras infidelidades pasadas nos inclinan a no creer y a no recibir todo lo que Él ha dicho acerca de nosotros durante Su viaje hacia la “cruz de la Cancelación”. Regresamos agradecidos a nuestro lugar de observación, Su lugar de observación. Escuchamos Su bendición final y Su compromiso de fe al cuidado de Su Padre. Ignacio pide a quienes hacen los Ejercicios que tranquilamente reciban en esta Segunda Celebración Eucarística todo lo que se ofrece. Levantamos la vista hacia este altar cruciforme y ponderamos las palabras del Profeta Isaías, “He aquí el Siervo del Señor. Despreciado por los hombres y marginado, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se les vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de él”. Recemos con las manos abiertas para aceptar este misterio de ser tan amados por siempre. Al pie de la cruz nuestros argumentos flaquean y nuestras preguntas sobre la dignidad se vuelven absurdas. Observamos, escuchamos, estamos seguros y nos encontramos creados de nuevo, otra vez. “¿Quién podrá creer la noticia que recibimos?” Nosotros mismos, cuando nos rehusamos a retirarnos con los puños cerrados de vergüenza e indignidad. Nos quedaremos allí hasta que nos sintamos seguros de dejar que Le bajen. Es una postura sagrada la que adoptamos en estos días de receptividad. “Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era aplastado. Él soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados.”
¿Qué es lo que ha ocurrido? Queridísimo Jesús, ¿cómo es posible que todo haya desembocado en esto? ¿Cómo es posible que yo Te vea colgado en medio de esa terrible agonía? Estamos aquí, agazapados con miedo e incredulidad. Tu Madre, las demás mujeres. Juan. Otros más. Veo cómo Te retuerces de dolor, sin poder respirar, tratando de elevarte apoyado en los clavos que atraviesan Tus muñecas, tratando de tomar algo de aliento. Entonces me doy cuenta de que me estás mirando, con esa mirada tierna, ahora velada por el dolor, pero con los ojos de siempre. Veo a mi amigo querido, al que me ha acompañado durante tantos momentos terribles de mi vida. Ahora estoy aquí, junto a Ti, y nada puedo hacer. ¿Por qué, Jesús? ¿Por qué ocurrió esto? Sé intelectualmente que fue para poder entrar plenamente en mi vida y mi dolor, y el dolor de todos. ¿Pero por qué tanto dolor? ¿Cómo puede una persona soportarlo todo? Entonces veo que mientras estoy aquí, me he estado sosteniendo del brazo de Tu Madre. María, quien apenas puede tenerse en pie. María, quien se sentó a mi lado durante tantas horas mientras Yo te contaba toda mi vida. Ahora la veo casi doblegada por la pena. Oh, Jesús, no quiero que veas su dolor, porque aumentará el Tuyo. María comprende que Tu vida se apaga lentamente. Observamos, rezamos y nos sostenemos mutuamente, este pequeño grupo de personas que tanto Te aman. Me doy cuenta entonces de que por mucho que signifiques para mí, por mucho que no quiero que mueras, no soporto verte sufrir. Dios mío, déjalo en paz. Que pierda el sentido o muera. No dejes que sufra tanto. Y sin embargo, Jesús, sigues suspirando entrecortadamente, tratando de moverte, a pesar del dolor que producen esos clavos que destrozan los nervios de Tus brazos. Escuchamos Tus plegarias: sigues pidiendo al Padre que Te ayude, hasta que finalmente, Te entregas a Él. Tu cuerpo pálido, cubierto de polvo y sangre, se estremece por última vez y luego se queda inmóvil. María se vuelve hacia su hermana y cae entre sus brazos, pero ya no le quedan lágrimas. Los demás nos abrazamos en silencio, atónitos. Vienen los soldados y bajan el cuerpo. Al caer al suelo, María Te toma entre sus brazos. ¡Qué dolor se refleja en su rostro! Quisiera ayudarla. Quiero estar con ella porque sé que es lo que querrías que yo hiciera. Ella sostiene Tu cuerpo sin vida con increíble delicadeza y amor, como lo hizo durante tantos años. María me dirige una mirada silenciosa, trágica. Encuentro una vasija con agua y mojo en ella mi manto. ¡Si pudiera lavar la sangre de Tu rostro! ¡Si pudiera detener la sangre que todavía corre entre las espinas! Quiero hacerlo para que María no vea Tu rostro desfigurado. María Magdalena y yo Te quitamos la corona de espinas y lavamos Tu rostro mientras Tu madre lo besa. ¡Dios mío, ayúdanos! Socórrenos en medio de tanta pena y confusión. Jesús, ayúdanos a entender Tu sufrimiento. Ayúdame a ver que eres parte de mis sufrimientos diarios y que con este sacrificio Te has unido al sufrimiento de todos nosotros. Gracias, Dios, por el
regalo de Jesús. Gracias, Jesús, por unir Tu vida
a la mía. Ahora empiezo a entenderlo, en medio de todo
esto. Oración
para Empezar Cada Día: Lucas 23:26-56 Juan 19:16-42 Salmo 31 |