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¿Qué puede significar el Adviento para mí?

Cada año se nos ofrece esta temporada de Adviento. Las oraciones son a menudo acerca de la “venida” de Jesús y la cultura que nos rodea apunta claramente a la Navidad. Así, el Adviento puede parecer un tiempo para recordar la venida de Jesús en Navidad y convertirse en un tiempo de preparación navideña.

Una mirada más profunda puede permitir que el Adviento se trate de preparar mi corazón para que Jesús venga a mí más íntimamente durante estas cuatro semanas. La exploración –la actividad y la obra del Adviento– puede consistir en descubrir dónde necesito que venga Jesús en mi vida. Este es un proceso de examinar los lugares de mi corazón donde Jesús falta, donde Su camino, Su manera y Su corazón no son como los míos. Es una oportunidad para sentir la ausencia, sentir el vacío, o quizás la superficialidad de ciertos lugares de mi corazón. El comienzo de la experiencia del Adviento es permitirme entrar en una experiencia de extrañar algo y de anhelar algo que lo reemplace.

No queremos saltarnos este paso. Orar: “Ven, Señor Jesús” sin saber lo que estoy pidiendo no será la mejor manera de hacer esa oración. Una forma de ayudarnos a ser más concretos y específicos es llevar un diario de nuestros preparativos. Por ejemplo, podemos poner el lápiz sobre el papel (o los dedos sobre el teclado) para hacernos preguntas clave: ¿Qué es lo que me hace sentir “vacío”? ¿Dónde siento que no he dejado entrar a Jesús en mi corazón? ¿En qué áreas podría haberlo bloqueado? ¿A qué dolor, soledad, miedo o ira no lo he invitado?

Cuando empiezo a nombrar mis respuestas, puedo empezar a sentir un anhelo. Puedo permitirme sentir que no voy a ser feliz si sigo viviendo con resentimiento o tristeza o cualquier tipo de oscuridad. Puedo imaginar cuánto más feliz sería si me permitiera expresar el deseo de dar la bienvenida a Jesús en esos espacios donde lo necesito, donde necesito sanación, donde necesito renovación, donde necesito su consuelo y paz.

Mientras escribo todo esto, durante las primeras semanas de Adviento, y escucho las lecturas de Isaías y sus promesas, comenzaré a decir “Ven, Señor Jesús” de una manera nueva: con esperanza y expectativa genuinas, con profundo deseo, con sentimiento y energía.

Cuando nuestro deseo se encuentra con el deseo de Dios para nosotros, sucede algo que llamamos “gracia”. El regalo se da donde somos más receptivos a recibirlo.

Nuestro deseo de que Jesús nos llene hará que el Adviento una temporada que realmente se trata de la Encarnación, la venida de Jesús, en la realidad carnal de nuestra vida diaria. Y nos llevará al pesebre y a la realidad del hecho de que el que vino entonces, está aquí para volver, a la misma pobreza y con la misma acogida con la que María y José lo recibieron con confianza y esperanza.

“¡Ven, Señor Jesús, ven!”


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